sábado, 25 de mayo de 2013

El primer día del resto de tu vida (14 de octubre de 2030)


Había una vez, en el lugar de Alicante, una jovencita que iba a vivir el día más especial de su vida: iría por primera vez al instituto. Hubo que esperar 13 años, los mismos que ella acababa cumplir, para que los avances en el genoma humano hicieran posible que su enfermedad degenerativa dejara de tener efecto sobre ella.
Diana se había acostumbrado desde niña a seguir su formación desde casa, a través de la plataforma OVE (One Virtual Education), la cual permitía al usuario adherirse al sistema educativo de cualquier país con la posibilidad de configurar su propio profesorado. Ella ya había probado la versión finlandesa, estadounidense, francesa y alemana; España todavía no había entrado a formar parte de este novedoso servicio. Por eso, Diana no se lo pensó dos veces cuando los médicos le confirmaron que ya podía abandonar la cama en la que había estado empotrada prácticamente desde que nació: pisaría por primera vez un instituto español.
Su proceso de integración a la vida estudiantil ordinaria comenzó meses atrás con una charla vía Skype, en la que conoció a sus compañeros y profesores. Todo eso le quedaba ya muy lejano.

Diana se preparó concienzudamente para asumir este reto. Tenía tantas ganas de descubrir el sistema con el que sus padres habían estudiado que apenas pudo dormir el día anterior a su estreno. 
Antes de partir hacia el instituto, su madre la besó en la mejilla y le dijo:
- Espero que este sea el primer día del resto de tu vida.

Diana sonrió, aunque no entendió muy bien aquel mensaje, y solo le vino a su mente el título de una antigua película francesa del año 2008: Le premier jour du reste de ta vie. Y comenzó su marcha.
Poco más de 500 metros separaban su casa del instituto. Había imaginado muchas veces qué podía haber en el interior de aquel edificio gris con escalinatas, tan grande, tan imponente y, que a juzgar por la cantidad de alumnos que albergaba en él, tan lleno de vida estaba.
En este 'día D' solo asistiría a una hora de clase, pues era conveniente que su incorporación se realizara de manera gradual para evitar un posible rechazo.
La clase era de Lengua y Literatura, la favorita de Diana, sin duda. Pero al entrar en el aula... Sillas y mesas encajonadas al estilo 'Tetris', ventanas con rejas que apenas dejaban pasar la luz natural, una gran mesa (para el profesor, intuía) subida a un encerado que tapaba la pizarra digital,... En fin, que a esta nueva alumna le parecía aquello, más bien una cárcel y no precisamente un centro educativo. Aun así, intentó no dejarse llevar por una primera impresión bastante mala y esperaba, ansiosa, para hablar con sus treinta compañeros y presentarse ante ellos. Una vez hubo entrado todo el mundo, doña Josefina, que así se llamaba la profesora de Lengua, los mandó callar. Al instante, se percató de la presencia de una cara poco familiar. Al ver a Diana, dijo:
- Bueno, como ya sabéis Diana se incorpora hoy a las clases. Todos la conocemos de nuestras charlas por Skype, así que no hace falta hacer presentaciones.

¡Menudo chasco se llevó Diana! ¿Qué no hacía falta presentaciones? ¡Con todo lo que tenía que contar ella! Se pasó toda la clase dándole vueltas a la cabeza: ¿cuándo iba a poder hablar, si además tenía que irse al acabar la clase? No atendió a nada de lo que su profesora decía, pues durante esa hora no habló nadie más. Ya sabía que estaba prohibido utilizar cualquier aparato tecnológico, así que esos sesenta minutos se le hicieron eternos.
Sonó el timbre, con lo que se ponía fin a la tortura de Diana. Bastante decepcionada con lo que ella esperaba de lo que iba a ser un gran día, emprendió su camino hacia la salida del aula. Se encontraba ya en el pasillo cuando una chica la llamó:
- ¡Diana! Soy Aitana, de tu clase. ¡Menos mal que te he pillado a tiempo! Tenemos que irnos pitando a clase de Educación Física, pero toma esto.

Diana cogió un paquete envuelto de tamaño medio.
- Ya te acostumbrarás a las clases de Josefina. ¡Hasta mañana!- añadió Aitana mientras corría hacia el gimnasio.

Por supuesto, Diana no pudo esperar para abrir el paquete. Se trataba de un libro impreso. Había oído hablar muchas veces de ellos pero nunca había tenido uno en sus manos. Fue hojeando sus páginas, que contenían poemas seleccionados por sus compañeros de clase y dedicados a Diana. Los fue leyendo de camino a casa y tras concluir con el último de Neruda, su favorito, pensó que al final, no había tenido un día tan malo. Además, el tacto de las páginas le había dado una gran idea.
En cuanto llegó a casa, fue en busca de su madre:
- Mamá, ¿tienes algún libro de esos... antiguos? ¿De esos que tienes que usar las manos para pasar las hojas y que están impresos?- preguntó Diana con gran interés.

Su madre la miró perpleja y le dijo:
- Claro que sí, déjame que busque.

Al cabo de un rato, la madre de Diana volvió con un libro lleno de polvo, del que apenas se leía el título, y se lo dio a su hija. Al verlo, Diana se prometió que eso nunca le pasaría a su libro de poemas: crearía una versión digital para conservarlo durante toda la vida.

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